Miguel Pacheco Loins
Antofagasta
Noviembre 2006
Parece que la vida emerge de un furioso caudal que, imparable se desborda, alcanzando cada rincón como un sublime espíritu que no puede detenerse si no con su misma energía. Cada centímetro cúbico, cada molécula, cada átomo, poseen una fuerza que se impulsa, conformando la vastedad. De cada pequeña fracción nace una vida que cobra forma inesperada, detiene su carrera infinita para convertirse en una sombra de su ser; una vida que se nubla de conciencia y divaga en quimeras que en un segundo del infinito parecen no tener comparación, ocultando la luz, el brillo intenso del gran río que corre incesante.
Un segundo del infinito es una vida de misterios para la sombra del espíritu que a cada momento intenta sostenerse en la tensión segura que lo afirma de la roca y de la tierra… sólida, pero que la detiene… que detiene el curso de cada gota antes de que regrese a su caudaloso origen, energético, vital, fuerte, y a la vez amoroso.
La rivera invita a quedarse, a detener el mágico fluir, regalando experiencias, en cada momento encantadoras. Ella se vitaliza con cada gota bondadosa que le regala humedad y que comparte su divinidad, desnaturalizándola desesperada atándola con desesperación a su vientre, más la naturaleza no se detiene y nuevamente fluye destinada a cumplir su enamorado destino, la partida, al reencuentro con su esencia, la pureza.
La fantasía del tiempo nos condena o nos libera, nos envuelve y confunde en autorreferentes experiencias. A cada momento una gota retorna a la naturaleza dejando una huella en un terreno ahora bañado por nuevas vidas, todas ellas partes de la misma y fin que les espera.
Cada segundo amenaza la tensión y aumenta las urgencias, la que pende de la roca se acerca la despedida… los ojos se cierran temerosos.
La luz descubre en cada rincón de caudal la naturaleza… planetas, universo… la creación misma, convertida o no en materia… pura, transparente e incólume, principio y destino, origen y fin de la ilusión de una vida pequeña y memorable.
Las gotas caen de roca en roca hasta retornar a su origen amoroso, se hacen parte del todo y se quedan para siempre; no hay antes ni después, fronteras límites o invitación. Somos las gotas que penden de la materia en espera del retorno a la esencia, un mar universal que es respirado, tacado, que invade cada espacio y momento… eternamente… ¡No están muertos, los vivo desde mi sombra!
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Ante la pregunta de un niño respecto al retorno de su abuelo muerto:
Imagina que este inmenso mar es Dios… y sabemos que Dios es el aire, el agua, la tierra… todo. El abuelo es como una gota de agua que ha caído en este mar, diluyéndose y haciéndose parte de él, de todo. Ahora no necesita regresar porque está aquí, en cada cosa, en cada persona que ves, y sobre todo, está en tu corazón.